"Jesús lloró."

Juan 11:35, "Jesús lloró," nos recuerda que Jesús comprende profundamente nuestro dolor y comparte nuestras penas. Sus lágrimas nos brindan consuelo en nuestras luchas y nos señalan la esperanza de sanidad, restauración y un futuro libre de sufrimiento.

AJ Soto

11/22/20242 min leer

En la inmensidad de las Escrituras, encontramos una profundidad asombrosa en las palabras más simples. Juan 11:35, el versículo más corto de la Biblia, dice simplemente: "Jesús lloró." Con solo dos palabras, puede parecer insignificante a primera vista, pero su peso emocional resuena profundamente con nuestra experiencia humana.

Este momento ocurre cuando Jesús se acerca a la tumba de Su querido amigo Lázaro. Al presenciar el dolor de quienes lo rodeaban, las lágrimas de María y Marta, y sentir el dolor colectivo de la pérdida, Jesús mismo se conmueve hasta llorar. Esto revela una hermosa verdad: Jesús entiende nuestro dolor. No se queda a la distancia, desvinculado de nuestras luchas; en cambio, entra en nuestro duelo, compartiendo nuestra angustia.

Considera la magnitud de lo que esto significa. Jesús dejó Su trono en el cielo, un lugar de gozo y paz perfectos, para venir a un mundo lleno de tristeza y sufrimiento. Él vino no solo para salvarnos, sino para experimentar la vida como nosotros, para sentir el peso de nuestras cargas y consolarnos en nuestros momentos más oscuros. Él sabe lo que se siente llorar, perder y sufrir. Sus lágrimas nos recuerdan que nuestras luchas son vistas y reconocidas por Aquel que más importa.

En nuestras vidas, a menudo enfrentamos pruebas que pueden parecer abrumadoras. Es fácil sentirnos aislados en nuestro dolor, pero Jesús nos invita a llevarle nuestras penas. Él entiende nuestros miedos, dudas y angustias, y camina a nuestro lado en cada valle. Su empatía es una fuente de fortaleza y refugio en tiempos difíciles.

Además, las lágrimas de Jesús en la tumba de Lázaro también nos apuntan hacia la esperanza. Aunque lloró, finalmente resucitó a Lázaro de entre los muertos, demostrando Su poder sobre la muerte y prefigurando la victoria final que aseguraría para nosotros. En nuestras propias vidas, cuando experimentamos pérdida y dolor, podemos aferrarnos a la promesa de que Jesús no solo comprende nuestro sufrimiento, sino que también tiene el poder de traer sanidad y restauración.

Mientras reflexionamos sobre la simple pero profunda verdad de Juan 11:35, recordemos que está bien llorar y sentir dolor. Tenemos un Salvador que llora con nosotros y comprende cada lágrima que derramamos. En momentos de tristeza, aferrémonos a la esperanza que Él nos da: una esperanza de un futuro libre de dolor, donde toda lágrima será enjugada.

Jesús lloró. Pero también ama, consuela y nos ofrece la promesa de un mañana mejor. Amén.